Nota sobre el asesinato de Cristian Azcona

Recientemente fue asesinado un niño en Santa Rosa, publicamos la opiniòn del Jorge Etchenique sobre esta dolorosa situación de violencia de “aquí a la vuelta”:

La CORREPI (Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional) señala en un estudio que los casos de gatillo fácil no han desminuido en los últimos ocho años y que la franja etárea de 15 a 25 años es la 2/3 partes de todos los casos. Si partimos de los 13 años del niño de Villa Parque asesinado nos podemos encontrar con un 70 %. ¿Qué está pasando?

El caso Cristian Azcona muestra dos actitudes: por un lado los que justifican el homicidio cometido por el comerciante, es decir que dan un aval a su proceder. Esto es lo que predomina con estridencia en llamados a los medios o en comentarios a los blogs, alentadores a su vez de la impunidad que da el anonimato. Por otro lado, mensajes que circulan casi en silencio donde prevalece un profundo dolor, como el de una docente de la U.E. Nº 8 que advierte:
La violencia institucional mata a los abandonados de todas las instancias del Estado, mata a los menores que nunca fueron niños, a los mismos de siempre, a los que mueren en brazos de algún amigo.
Frente a este cuadro, donde también habita la tristeza por la existencia misma de tantos mensajes justificadores, lo central no es si el crimen se produjo en el techo o en la vereda. Incluso podríamos incursionar en la balística para cuestionar si un disparo oblicuo puede calificarse de “tiro al aire”. Pero no es el caso. Es tan sensible lo ocurrido que en el barrio buscamos hablar del tema con aquellos que ya sabemos cómo van a enfocarlo ¿Es posible que conversen entre ambas posiciones? Es difícil porque no existen instancias de discusión pública, pero además sería un diálogo de sordos si no se arranca de un piso, el de considerar el derecho a la vida muy por encima del derecho a la propiedad de una pajarera o de cualquier otro objeto.

Llaman la atención los discursos legitimadores de estos casos que, por definición, no son exactamente de “gatillo fácil”, pero se le parecen. Uno de los argumentos predilectos inducidos desde los grandes medios es descalificar a la víctima en función de su vida previa y presentar el desenlace como una consecuencia natural de ella. O bien su naturalización. ¿Cuál es la idea que subyace al calificar a ese homicidio como una “tragedia”? Es presentarlo como un hecho de la naturaleza, por ejemplo como un terremoto o un sunami con víctimas pero sin culpables, ante lo que debemos inclinarnos como irremediable. Sabemos que no es así.
Otro recurso muy transitado por la prensa es presentar a los testimonios de los familiares como comprensibles desde el dolor, pero irracionales, lejos de todo criterio de credibilidad.
Hay ocasiones en que la policía o ciertas personas se sienten verdugos sociales, depositarios de un supuesto mandato de que está frente a alguien que “merece” un castigo, más allá de lo que opinen los jueces. Urbanamente, se trasunta en dos imágenes: los edificios judiciales como hábitat de la justicia y la calle como una tierra de nadie donde disputan los más diversos casos de lo que podríamos llamar “violencia fácil”
Me refiero con este término a una sumatoria. Es evidente que también sufren castigos graves y muerte personas igualmente indefensas en casos de robos y asaltos. A este estado, grave sin duda, se agregan los episodios de gatillo fácil, la tortura como instrumento de trabajo cotidiano que suple al interrogatorio verbal y, sin ir más lejos, los vejámenes sufridos por los amigos de Cristian Azcona
¿Dónde está la diferencia entre ambos, además de lo que significa la asimetría derivada de la violencia en manos del aparato estatal? Los que no filtran críticamente los mensajes de los grandes medios, son empujados a aceptar el proceder de uno de los bandos ejecutores porque lo hacen desde un supuesto eje del bien y en ese contexto son aceptados los “excesos”, “daños colaterales” se diría en una guerra. Los rechazos están dirigidos a los que ejecutan desde un eje del mal porque son la “parte enferma” de la sociedad, de acuerdo con una concepción biologista/racista que no sólo los informativos, también los programas de “entretenimientos” y muchas veces la publicidad contribuyen a formar.
Todo esto quiere decir que sobrevive la lógica de la dictadura militar.

¿Qué se puede hacer? Entre las muchas propuestas que podrían formularse, sería de mucha utilidad que la formación de las fuerzas de seguridad responda a posturas científicas, que no simplifiquen bizarramente la realidad y que no consideren a los pobres como condenados biológicos a ser irrecuperables. También lo sería si las autoridades de todos los niveles compartieran esta visión. Quizás lo central sería brindar una cobertura institucional/estatal de vasto alcance en los barrios más necesitados, para brindar espacios de sociabilidad, de deportes y de expresiones artísticas a niños y jóvenes.
Claro, todo esto significa recursos y es difícilmente realizable con un gobierno que sigue considerando -como en los’90- que el gasto público debe ser el más bajo posible y que el superávit fiscal debe estar en lo más alto del altar neoliberal.

Jorge Etchenique